viernes, 22 de junio de 2007

Cicatrices del alma

Cuántas veces no me corté con los retazos de los cristales rotos de mis sueños. Mis malditos sueños imposibles. La pena de aquel hombre siciliano que un día se fue de mi casa y nos dejó a todos llorando, solos. Las heridas de mi padre en mí que nunca cicatrizaron. Y es que no quieren sanarse. Me hacen sentir. Ahogado en la sangre que brota me mancho de su dolor y recuerdo temeroso mis penas infinitas. La casa sin un padre. Mi crecimiento sin un padre. Mi enfrentamiento al tener que ser hombre sin un referente. ¿Lo estaré haciendo bien? ¡Malditas mentiras!

¡Ustedes me prometieron estar siempre juntos! ¡Yo no pedí nacer!

Sentado en un rincón de la pieza me corto superficialmente los brazos para sentir un poco de dolor. Para que con la sangre que chorrea se vaya la rabia, la tristeza que ahoga, que asfixia y que no deja respirar.

Los días son tristes. Los despreciados domingos, en que Dios descansa de ser tal y se olvida de sus miserables ovejas, me dejan solo con mi existencia, perdido de toda esencia. Solo con mi pena. Lo odio. Odio mi presente. Queriendo ser niño debo consolar el llanto de mi madre y mi hermana... ¿y mis penas? Que se vayan al diablo. No son importantes. Debo ser fuerte. Si caigo yo, se derrumba todo. Lloro en soledad mordiendo la almohada para que no me escuchen. Jurando vengarme quizás quién sabe de qué.

¡Malditas cicatrices que no sanan! ¡Maldita sangre que no dejar de correr! ¡Maldita angustia!

¡Malditas cicatrices que me hacen ser una persona triste y solitaria! Me cuesta reír.

Penas, penas y miserias. La cicatriz de cuando viví 9 meses en una media agua en Independencia con mi madre.

El frío. La vergüenza. El miedo. El dolor.

El resentimiento. La rabia. La impotencia.

Certeros cuchillos cortaron mi alma y me desgarraron mis estúpidas ilusiones de un puto mundo bueno. ¡El mundo no es bueno!

Cicatrices del alma. Las más profundas. Las más misteriosas. La angustia es ácida. Se me carcome el alma por la pena y la rabia.

La rabia y la pena.

Ya me acostumbré a que su viento frío me peine por las mañanas. Mi mirada se hace seca, fría... el mundo pierde todo sentido y se hace gris. Mi sangre es cada vez más roja. Es lo único de vida que me queda, el dolor.

Cuando la noche comienza a hacerse negra me siento en silencio a mirarla. Por qué la vida es una tragedia, un padecer, le pregunto. Por qué estas malditas heridas no cicatrizan. Por qué debo sentir tanta pena, ¿por qué?
¿La respuesta? No hay respuesta.


Aristo
(a-Tormentado)

Desde el mundo de las ideas