martes, 3 de abril de 2012

cuando se van las palabras...

Éste era un tipo que odiaba los libros y todo lo escrito. Un tipo que caminaba solo y cada hoja escrita que se encontraba tirada en la calle, la recogía y la guardaba secretamente en su bolso, mirando desconfiado a todas partes. Claro, todos lo veían al pasar, pero nadie se detenía en él. No existía. Invisible personaje del asfalto de una ciudad oscura, ruidosa, infartante. Los autos, las colas interminables, el aire ácido, la cochinada humana inundando las calles de plástico, botellas, basura.
Bueno, el tipo recogía papeles, durante todo el día. Sin discriminar, palabra escrita que veía en el suelo, palabra que secuestraba. Planearía algo macabro. Quién sabe.
Boletas, folletos, revistas, diarios, cuadernos, talonarios usados, todo, todo lo guardaba en un gran bolso. Hasta llenarlo. A veces tardaba el día entero, otras, un par de horas. Dependía de su sentir al despertarse. Pues el tipo tenía su historia. Historia que no vale relatar a esta altura. Resulta que al llenar su bolso se dirigía al patio trasero de su miserable casa, prendía un fogón, se calentaba, comía, se alumbraba y al calor de ese anaranjado silencio recordaba. Recordaba palabras que olvidó. Luchaba por llegar a ellas, pero nada, seguía hundido en su implacable silencio. Simplemente, no le salían las palabras. Y el tipo lloraba, lloraba porque no tenía palabras, no podía pensar, no podía hablar, sólo se despertaba cada día a recolectar escritos entre oficinistas, micros, autos, estudiantes, obreros, putas, abuelas, niños, todos hablando, todos riendo, todos odiando, todos siendo en sus propias palabras. El tipo no poseía ninguna. Sólo las portaba todos los días y tras enamorarse cada noche de ellas y jurarles amor eterno, las quemaba.

Una historia violenta

Adiós a las armas. Eso fue lo que pensé tras ver a mi viejo con una pistola en la boca.
Él no sabía que yo iría, él jamás supo nada.
Abrí la puerta y lo vi asomado al balcón, apuntándose. Sobre la mesa, media botella de whisky y sobre el computador algo de coca.
Yo no creo en la maldad, pero sí en la locura.
Vi sus ojos vacíos como si fueran dos copas negras sin fondo. Con un mal gesto medio muerto me miró y dejó caer la pistola.
Lo que sucedió después no lo recuerdo, sólo tengo imágenes que son cuadros detenidos en el tiempo:
un grito con los ojos cerrados. Sus gritos tras prolongados silencios contenidos. Un vaso roto y mi mano derecha tajeando torpemente mi brazo izquierdo.
Sangre. Sangre. Sangre. Sangre.
He sentido innumerables veces un fuego que desde dentro del estómago se expande
quemando y rompiendo,
liberando todas las bestias que habitan dentro
todas las maldiciones, todas las palabras, toda la sangre.
Fluyen furiosos todos los sentires como el vino en las venas de Dionisio.
No temo a la muerte. La vida continua y es un camino abierto. La ruta es abrir corazones, violar ojos, deshojarse y dejarse caer, desafiar al sol y callar con la luna...

Risato

Desde el mundo de las ideas