lunes, 2 de abril de 2007

La pena de Dios

Será orgullo? Será odio? Helada indiferencia?

O simplemente el descaro de un loco que no sabe hacia dónde apuntar con sus flechas de oro?

La lucura de un héroe caído de la imaginación de un niño a la perversa y canalla encarnación de un padre…

Dios mío, si tan sólo existieras.

Pero no. Ambos somos lo mismo: fría maldad que inducimos a los demás a creer lo que queremos que ellos crean; sin saber que somos unos bastardos.

Recuerdo y deseo

Fría indiferencia me mata el deseo. Ardientes mis manos buscan tu cuerpo; desnuda me miras y sonríes perversa.

Estalla en mi mirada el calor oscuro de mis siniestras intenciones.

Me golpea tu imagen de mujer despiadada que goza en el dolor.

Me llevas y me pierdo en la tormenta volcánica de tu cuerpo; ardiente recuerdo, duro lamento de tenerte blanca y desnuda a mi lado, sin consuelo te busco… y bruscos mis movimientos te llevan a escapes helados…

Tranquila. Estable.

Me mata el deseo.

Muero en el recuerdo.

Lo intento de nuevo. ¡Nada!

Sutiles mis dedos recorren lujuriosos y apretados tus muslos cerrados.

Muero en el recuerdo. ¡Muero en el maldito recuerdo y en el maldito deseo de amarte!

¡Por favor! Congelen mis arrebatos y mis sufrientes anhelos.

Tortuosa noche me espera al lado tuyo, mujer amada y deseada, durmiendo me castigas a no tenerte; me condenas a mirarte e imaginar ardientes rojas noches en que ambos somos uno:

Un ritmo. Una música. Una respiración. Un latir. Una pena. Un desgarro.

Fuerte a tu cintura me agarro y mi oído en tu vientre busca el supremo canto de los dioses en ti:

fuente de la vida, creadora del bien y del mal; misteriosa y maligna me rindo a tus encantos. Misteriosa e inocente mi honor se arrodilla ante su prestancia:

Erótica y aristocrática. Perversa y hermosa.

¡Me mata el deseo! ¡Muero en el recuerdo!

Aristo

Amargo resabio.
Inalcansable plenitud musical ahoga al ser en su tiempo:
imperfecto momento de caída silenciosa por tormentas rojas del recuerdo.
Sólo siento lo que siento y muero en los demás; muero en la envidiada sonriza del hombre sencillo
muero en la estúpida ligereza del niño que camina.
Desgarradas las paredes no las rompo con llanto.
Y sólo caigo... Sólo puedo caer por un espacio y en un tiempo imperfecto.

Aristo

ser y ser existente

La belleza de preguntar

Toda respuesta se haya contenida en la misma pregunta, es su carácter existencial. Ambas son una. Respuesta y pregunta no podrían ser tales si no existieran las dos. Por lo tanto, al preguntarse por el sentido de la pregunta hay que preguntarse por el sentido de saber su respuesta: debemos saberlo todo?

Al saberlo todo, gracias a una distinguida capacidad intelectual, todo aquello propio de la irracionalidad pasa a ser objeto de desdén cognitivo… qué saben los intelectuales del amor, la abstracción y la contemplación? Bendita sea la simpleza del ser. Bendita sea su mirada perdida en cuestionamientos celestes de negros cielos estrellados. Bendita sea la natural filosofía, producto del contacto intelectual del Hombre con aquello que él sí sabe que le es imposible de saber, porque ahí está el misterio, el sentido. Hermosa sabiduría del asceta errante que busca impetuosamente en los abismos insondables de su interior, estimulándose con todo aquello que se percibe por los sentidos, no con el hábito imperioso del estudio sistemático, racional e instrumental. Bendita sea la búsqueda de la mejor pregunta, porque en ella está contenida la mejor respuesta

Buscar respuestas es buscar obstrusamente La Verdad, verdad que no es. Buscar preguntas es empaparse del flujo dinámico de la Historia, es ser un espíritu libre desencadenado de las miserias mundanas y de las promesas de artificiosos paraísos ultraterrenos, que aspira a destruir con su martillo las barreras que impiden la búsqueda del conocimiento. ¡Basta ya quietud y mediocridad! ¡Necesitamos salvajismo intelectual, materializado en una búsqueda voraz, incesante y sedienta de sentido y vida! Búsqueda que aspira a interpelarse a sí misma mediante la mejor pregunta, porque ahí hay vida, porque solamente ahí se aprecia el esplendor intelectual del ser.

Desde el mundo de las ideas