jueves, 2 de abril de 2009

Cuento de un poema que no existe

Es de noche. Afuera ladra un perro.
Mi pieza está oscura. Estoy solo. Me siento solo.

Dylan una y otra vez resonando en cada rincón de mi dormitorio.
A mi lado una mujer, mi mujer. Llora.
Y yo sentado aquí, escucho como solloza. No soy malo...
tan solo estoy drogado.

Fumo en pipa tabaco. Entre el negro de la pieza veo el gris del humo.
En círculos, en cascadas que van de arriba abajo. Personas vienen a mi mente
y en raras situaciones las imagino.

No es mi tema.

Estoy en mi pieza... o al menos así mi mente lo piensa.
Estoy encerrado en este cuartucho, es verdad.
Pero mis sueños, mis deseos mis pensamientos
hace tiempo que cruzan el aire
en una flecha de deseos que marqué con mi sangre.

Sí, es cierto: aquí estoy
parte de mí está aquí, mas son muchos los fragmentos de mi yo
que andan errantes por ahí, por cualquier lado.
Ni yo sé dónde estarán.

Yo no estoy aquí. Ese llanto ya no llama con su castigador solloseo.
O quizás este lugar no existe y en realidad estoy durmiendo soñando esto.
Imposible:´sí estoy acá y debo actuar.


Alguien que no sé quién soy.
Aristo quizás o algo de ese tal Franco habrá.

arrebatos a-temporales

se rompe todo
todo se rompe

la felicidad
la alegría
los momentos plenos

todos se rompen
o se romperán

trizado queda el cristal
golpeada el alma ante la crueldad

y aunque no crea en ella
ahora sí pienso que hay maldad

las ganas de herir
las ganas de a toda costa ganar

qué decepción
qué asco siento

qué náuseas me provoca esta realidad
la manipulación y los artificios del amor

y el alma aturdida trata de caminar
haciendo caso omiso de la sangre, de la herida

hasta cuándo continuar es la pregunta
hasta que los retazos del cristal roto rajen el cuerpo entero
hasta que no quede más sangre sino tan sólo un cuerpo seco...
incapaz de amar?

nunca! jamás!
grita sorda mi voluntad

a ratos siento un profundo desprecio por el amor
o por los humanos que aman

hasta su sangre me parece de utilería
plástica reciclable falsa

hacer que los amantes callen y que sus miradas hablen
qué sabia es la respuesta que se contesta con un silencio
¡pero cuántas cumbres se deben subir para conquistar tal sapiencia!




Aristo Risato
Dios mío, ¡si tan sólo existieras!

Desde el mundo de las ideas