
Comienza la semana. El día ilumina, pero es gris. Las senciones recorren mi cuerpo haciéndome cosquillas en los brasos. La mente se llena de radicales ideas. El alma pide salir de su corporal jaula. Los daños colaterales de la noche los siente más mi mente que yo. Los pensamientos se van solos. No los manejo. No les importo. Quieren matarme. Se ríen de mí. ¡Perros bastardos mal agradecidos! La tarde se hace negra y no hay luz. Crece la burla de la sociedad. Ya no se puede ser uno. Ya no se puede ser diferente. Las malditas relaciones sociales: vacías, des-echables, el maldito amor simplificado y cobarde. Ese puto amor sin voluntad. Ese estúpido amor que no está dispuesto a tolerar ni a aspirar a la eternidad. Amor terrenal, falso, decadente. Amor de hienas. Es que acaso nunca creíste en la posibilidad de alcanzar la divinidad mediante el amor; es que nunca escuchaste la gran frase del maestro francés Michelet "El hombre es un Dios caído que se acuerda de los cielos". No lo crees acaso. No crees que puedes ser más. No entiendo. La mediocridad. La apatía. La mierda. La nada absoluta. El ruido del arrepentimiento silenciado y sus malditas máscaras sociales.
Aristo
con el martillo en la mano