jueves, 5 de abril de 2012

La vida en rojo

"Por ti, me bebería la sangre como el vino...", canta la radio sobre ese refrigerador del año uno, antiquísimo. Esos que son de una sola puerta, con partes metálicas picadas y manchadas.
Suena la música mientras ella, sentada en una silla de madera, desde un rincón de la cocina,
mira el cuerpo muerto de su marido. Lo mira en silencio con los ojos palpitándole desde dentro por expandirse más y más.
Lo mira conteniendo el aire, mordiéndose la boca. Sus manos tiemblan. La música tapa el callado desorden, acalla la violencia que se respira, cubre los vasos rotos, los trozos de loza quebrados, cuchillos, tenedores, cucharas, servilletas, manzanas, plátanos, ollas con comida desparramada en la blanca baldosa, el aceite de oliva acostado sobre el suelo, desangrándose.
Todo tapado de sangre. Todo salpicado en espesas manchas rojas. Y con medio cuerpo apoyado en la pared, él, el cerdo que trató de violarla, él con más de 30 puñaladas.
Los muslos los tiene abiertos y se asoma algo que podría ser los huesos, mientras cuelgan pedazos de carne suelta. En el pecho tiene un gran hoyo negro hecho por muchos hoyos de diferentes profundidades, tajos en los ojos, estocadas en las mejillas que le rompieron hasta los dientes. Todo en rojo. Todo mudo. Todo sin tiempo. Todo flotando sobre un gran charco de sangre que se expande lento, mojando los pies desnudos de ella que sigue mirando, absorta, contenida, reventando sus ojos, en silencio, enredando su pelo en sus manos, con la boca medio abierta dejando escapar pequeños suspiros. Sigue la sensación líquida, está mojada entera, todos los fluidos corren por su cuerpo frío, inmóvil, se van las luces y sólo queda un túnel silencioso y oscuridad y el ruido infernal de ese refrigerador vibrando. Humedad interna y externa. El invierno y las sombras caen sobre sus ideas. La mujer está meada entera. Despierta del recuerdo, del rojo trance. Solamente está ella con sus compañeras de celda.  Lleva tres años en prisión y no ha pronunciado palabra alguna. Sólo enreda sus pequeños dedos en su largo pelo negro y recuerda y siente cada una de las puñaladas frenéticas y lloradas con las que mató al cerdo de su esposo.

Desde el mundo de las ideas