lunes, 8 de diciembre de 2008

un medio poema y una confesión

siento en mi cabeza como roe el veneno
siento en mi cuerpo los cuchillos del tiempo
el desgarro al rojo abierto y lento

siento el dolor del peor de todos los muertos
de ese humano clavado en la cruz por todos acusado
la envidia de ver que era más que ellos
mercaderes del templo, sucios fariseos
venderían a su madre con tal de llenarse de dinero

y mientras cae la tarde
el divino pecador muere con los otros dos mortales

mientras todos discuten
mientras todos juzgan
mientras todos lloran o se burlan

el cuerpo sobre su propio peso se derrumba

El cielo se hace rojo. Lo veo por mi pequeña ventana. Es un arrebol.
Me gusta observar esas eventualidades de la naturaleza y hacerlas mías. Sentirlas.
Verlas con los ojos bien abiertos, respirando fuerte y buscándole incluso el tacto. Todo puede ser percibido, puesto que si algo es, existe; y todo cuanto existe es porque puede ser percibido por quien lo observa y lo hace real.
Y sobre la pregunta de lo real... difícil incluso es hacer la pregunta. Mejor cambio de tema.
Yo escribía poesía. Hace un rato lo estaba haciendo y sentí las ganas de hacer un quiebre, y sobre ese quiebre hacer otro quiebre. Necesito probar, experimentar conmigo: con mi mente, con mi imaginación, con las sensaciones de mi cuerpo. Buscar la alteridad, lo-otro: aquello que no es y que como dios creador en este espacio puedo crearlo.
¿Se entiende?
¿Me entiendo? Yo sí.
¿ustedes? ¿ustedes quiénes? No sé.
a
r
i
s
t
o
y la magia de amar lo que se ama y odiar lo que se odia

Desde el mundo de las ideas